Homilía – Instalación Episcopal

Friday, Mar. 10, 2017
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7 de marzo, 2017
Diócesis de Salt Lake City
Catedral de la Magdalena
¡Buenas tardes! Realmente es un placer el dar la bienvenida al Arzobispo Christophe Pierre, Nuncio Apostólico de los Estados Unidos; al Arzobispo Salvadore Cordileone, Arzobispo Metropolitano de la Provincia de San Francisco; mi querida familia, quienes viajaron desde tan lejos para acompañarme en esta ocasión festiva; mis hermanos obispos y sacerdotes, diáconos y sus esposas; nuestras mujeres y hombres religiosos y de vida consagrada; representantes de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días y de otros ministros de la diversa comunidad de fe en Utah; distinguidos líderes gubernamentales y cívicos, que llegaron desde las Filipinas – al Honorable Salvador Medealdea, Secretario Ejecutivo del Presidente de las Filipinas; a mis queridos fieles de nuestra Iglesia local y al Pueblo de Dios de Utah.
Me gustaría tomarme un momento para expresar mi gratitud a Dios por sus grandiosas bendiciones. En las últimas semanas desde que fui nombrado como el décimo Obispo de Salt Lake City, he aprendido de la rica historia de esta Diócesis. Hoy estamos aquí por la fe y entusiasmo de los misioneros, obispos, sacerdotes, diáconos y mujeres y hombres religiosos que dedicaron sus vidas a esta Iglesia local, y por la fe de las personas en Dios y en su amor a la Iglesia. Esta hermosa catedral, en la que ahora estamos, está de pie como un testamento vivo de los muchos sacrificios y de la generosidad de la comunidad Católica que trabajando junto con nuestros hermanos y hermanas de otras iglesias y grupos religiosos, y de las personas de Utah.
Hoy estamos aquí reunidos durante mi Instalación Episcopal es esta hermosa Catedral de Santa Magdalena en la festividad de las Santas Perpetua y Felicitas. Estas mártires cristianas con valentía y alegría dieron sus vidas en defensa de su fe en Cristo. Su sacrificio nos recuerda que nosotros, también, estamos llamados a ser testigos de nuestra fe en Dios en medio de los retos a los que nos enfrentamos. En el mundo de hoy en día, y aun en esta grande nación, el derecho a la libertad religiosa está siendo atacado. Estamos siendo ridiculizados porque proclamamos la santidad de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural; ya que llamamos a que las personas, en todas las etapas de la vida, sean protegidas, tengan dignidad y sean respetadas como hijos e hijas de Dios – ya sea estando en el vientre materno, jóvenes o viejos, ricos o pobres, saludables con salud deteriorada, inmigrantes o refugiados o ciudadanos. Todos somos hijos de Dios. Debemos reconocer esto en todos y debemos de brindar lo necesario, y también dar la oportunidad de ayudarnos los unos a los otros para vivir y crecer cumpliendo el potencial que Dios nos ha dado. Esto es importante, tal como nos dice la Escritura, a través de la hospitalidad a los forasteros, algunos sin saberlo han recibido a ángeles. (Hebreos 13:2)
Qué momento tan mas bello el reunirnos como comunidad en este altar de sacrificio, representando personas de varias razas, etnias, culturas, estatus sociales, ingresos u orientaciones sexuales. Viéndolos, veo una hermosa representación de las fibras de nuestra sociedad. Reflejando la riqueza de la historia de la Diócesis de Salt Lake City, la cual es una Iglesia misionera establecida en un encuentro cultural. Nosotros, hoy aquí, llevamos esa tradición de crear una historia compartida, reconociendo nuestras diferencias, pero poniéndolas de lado para juntos trabajar construyendo una comunidad en la que todos son bienvenidos, en la que todos trabajamos por el bien común.
Humildemente recibo el nombramiento a ser parte del maravilloso camino misionero de esta iglesia local y recibo con alegría el gran legado de mis predecesores – el Obispo Scalan, y de las tres últimas décadas – Obispos William K. Weigand, George H. Niederauer y John C. Wester. Todos líderes dedicados a nuestra fe, llenos con entusiasmo y fervor llevando el ministerio episcopal, y quienes han trabajado en colaboración con líderes de diferentes denominaciones de fe. (Grandes líderes comparados a mi.)
Este pensamiento me pone nervioso. En el Evangelio, Cristo instruye a Pedro alimentar y atender a su rebaño. Esto me recuerda mi responsabilidad sacra de alimentar y nutrir la ge del Pueblo de Dios en Utah. Como mis buenos predecesores, tendré un ministerio que se centra en el encuentro y en el dialogo. Reconozco que la iglesia en Utah – de hecho, la Iglesia en los Estados Unidos – es una Iglesia inmigrante. Venimos de diferentes lugares. Hablamos diferentes idiomas. Tenemos diferentes culturas. Cada uno tiene una historia diferente, y ahora llamamos a este hermoso estado de Utah, nuestro hogar. No creo que sea coincidencia que nuestras historias se crucen aquí, en medio del frente montañoso Wasatch y de las piedras rojas de Utah. Creo que Dios nos ha reunido aquí, juntos en este lugar, en este tiempo, por una razón. Nosotros, de nuestras diversas culturas y antecedentes estamos llamados aquí y ahora a proclamar la alegría del Evangelio, y la esperanza que se despierta en nuestros corazones de vivir en unidad y solidaridad como hijos de Dios.
Las palabras que escuchamos en la primer lectura del Profeta Jeremías, expresan mi miedo e inquie-tud. La única diferencia es que, a diferencia de Jeremías, yo ya no soy joven, sino un tipo viejo. Como su obispo estoy llamado a enseñar, gobernar y santificar. Construir una comunidad inclusiva de fe en un lugar multicultural como Utah es tanto un reto como una oportunidad. La actitud y perspectiva con la que enfrentamos nuestra realidad colorear el resultado de nuestro ministerio. Así es que, le pido a Dios que me de el don de la sabiduría para llevar a cabo estos deberes. También invoco sus favores para la gente de Utah para que juntos, tengamos la gracia de enfrentar cualquier reto cultivando el diálogo transformador, creando un encuentro que nos guíe al sagrado y divino, al Único quien es la fuente de vida. Que todos podamos compartir la misión de alegría que proclama de Buena Nueva como amigos, como hermanos y hermanas, y como discípulos de Cristo.
Dentro de todo esto, me encuentro muy bendecido, tal y como ustedes lo están. ¡Nuestra diócesis es rica en tradición e historia y, también en la herencia de este hermoso estado! Creo que el sentido de querer saber que los primeros misioneros debieron haber sentido al ver la majestuosidad de las montañas, los anchos extensiones del Great Salt Lake, la belleza de sus sombras, la gracia de las piedras en los arches – todo el esplendor de la naturaleza, y dentro de todo esto, la rica expresión cultural de las personas que se conocen a través de los años. Este encuentro y diálogo ha permitido que la fe crezca y de frutos. Todo esto ha contribuido a que la Iglesia de Utah sea lo que hoy en día es. Honro esta rica historia, la riqueza de las culturas y tradiciones de todos quienes viven en esta gran diócesis, y del esplendor de la naturaleza que solo con el amor de Dios ha podido ser creada. Hoy estoy aquí de pie, con asombro y humildad conforme comienzo a entrelazarme en la tela de esta diócesis con las fibras de mi propio camino, upara unirme a las hermosas fibras creadas por mis predecesores y con aquellas personas de fe quienes, por siglos, han cultivado estas tierras.
Esta es una cita del Éxodo 3:5 que me ha inspirado en mi propio camino misionero. Cuando Moisés se encuentra a Dios quien lo llamó de entre la zarza, este le encomienda, :“No te acerques más. Sácate tus sandalias porque el lugar que pisas es tierra sagrada.” Yo creo que aquí estoy pisando tierra sagrada. Humildemente estoy ante ustedes, confiando en que nuestro encuentro y dialogo nos llevará un encuentro más profundo del Sagrado, del Santo, del Dios de nuestros ancestros en fe. Oro para que un diálogo verdaderamente transformador nos guie a responder los retos de la construcción de puentes en medio de nuestra diversidad formando una sola comunidad.
Mis hermanos y hermanas, la tarea ante nosotros continúa viviendo el reto de construir y fortalecer nuestra inclusiva comunidad de fe. No les digo tener todas las respuestas a nuestras difíciles realidades de nuestros tiempos, así es que los invito y los animo a que trabajemos juntos para crear una cultura de diálogo y un encuentro al que nuestro Santo Padre el Papa Francisco nos ha exhortado. No solo cualquier tipo de diálogo, sino un diálogo transformador — uno que nos guíe, juntos hacia Dios.
Los líderes religiosos y de fe de esta Iglesia local realizaron un extraordinario trabajo dirigiendo esta diócesis. Eso es evidente aquí y ahora. Me permito decir que todo lo que tengo que hacer es simplemente construir sobre la base que ellos pusieron. Pero eso se dice más fácil de lo que es. Y por eso les pido sus oraciones, su apoyo y su colaboración. En este sacro momento, los invito a que juntos caminemos por este sendero.   Caminemos    juntos,  con los corazones llenos de amor, diciéndole Sí a Dios y a todo lo que su Reino es.
Junto a Santa Maria Magdalena, cuyo nombre honramos inscrito en las paredes de esta catedral, proclamemos con alegría en nuestros corazones que la esperanza de un encuentro con Jesús nos da. Parafraseando el documento de la Aparecida en la misión, confirmemos, renovemos y revitalicemos la frescura del Evangelio el cual tienen sus raíces en nuestra historia, y así en las bases del encuentro personal y comunitario con Jesucristo el cual nos brinda discípulos y misioneros.”
Pidiéndole a Dios: “Hágase tu voluntad.”

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