Mis queridos hermanos y hermanas:
¡Cristo ha Resucitado!”
Esta proclamación de nuestra fe en Pascua está llena de importancia en estos difíciles tiempos. Es un mensaje especial de esperanza entre el dolor, tristeza, dificultades e incertidumbres que hemos pasado durante la pandemia. Despierta nuestros cuerpos y espíritus cansados, golpeados y lastimados una bienvenida a un nuevo día en nuestras vidas y a poner nuestra confianza en el Señor.
Este es un gran momento en medio del miedo global, para proclamar la Buena Nueva de que Jesucristo ha Resucitado. Nuestro Señor ha transformado la obscuridad de la muerte en un momento de gracia para el mundo. Su regreso a la vida nos asegura el triunfo de la bondad sobre la maldad, que el amor vence al odio, que la vida es más fuerte que la muerte. Él ha elegido esta ocasión para revelar la Gloria de Dios, para recordarnos que no estamos solos y para acercarnos aún más a Él.
La Pascua nos recuerda que la esperanza siempre ha estado con nosotros, ya que Dios nunca nos ha abandonado. Él nos saca de la obscuridad para redescubrir el rayo de luz de Cristo resucitado, dispersando así la obscuridad de la enfermedad, muerte y sufrimiento que hemos experimentado por ya un año.
San Juan Pablo II dijo, “Somos el pueblo de Pascua y el aleluya es nuestra canción,” esto es a lo que estamos llamados a proclamar y vivir como Cristianos. Abramos nuestros corazones para reconocer las bendiciones de Dios y para proclamar la gloriosa verdad de nuestra fe: Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, y ¡Cristo vive! Salgamos de las sombras del sufrimiento y de la muerte, caminemos por la luz de Cristo y recibamos la novedad de la vida Pascual con alegría y agradecimiento en nuestros corazones.
Más aún, gracias a todos mis hermanos sa-cerdotes, diáconos, religiosos y al Pueblo de Dios, por darme la oportunidad y honor de ser su siervo, su pastor. Su generoso apoyo ha sido una tremenda bendición para nuestra Diócesis. También doy la bienvenida a los recién bautizados y confirmados en nuestra fe Católica como miembros de nuestra Iglesia. Tengan por seguro que mis oraciones seguirán por su continuo crecimiento en la fe.
Finalmente, los animo a que sean testigos del amor de Dos en Cristo resucitado, en sus vidas personales, en nuestras familias, comunidades y en el mundo. Démosle la bienvenida al amanecer de un nuevo día, regresemos a Cristo y a la Iglesia a dar gracias y a regocijarnos y celebrar las bendiciones de paz y alegría de Dios
Una bendecida y alegre Pascua
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