Para el Día del Trabajo considere la dignidad del empleo

Friday, Sep. 03, 2021
By Jean Hill
Director, Diocese of Salt Lake City Office of Life, Justice and Peace

Es un hecho poco conocido que las personas indigentes tienen empleos. Por supuesto que a la mayoría de esos trabajos pagan salarios mínimos o muy poco por encima de este- trabajos que no pagan lo suficiente para cubrir las necesidades de vivienda, comida transporte o cuidados de salud.

Muy frecuentemente la respuesta ante esta realidad es algo como “obtengan mejores trabajos.”

Pero sin una vivienda estable, ¿cómo es que una persona podría asistir a la escuela o ingresar a un entrenamiento para obtener un mejor trabajo? ¿Tal vez, más importante es el   por qué no aquellas personas que hemos reconocido como trabajadores esenciales durante el año pasado por los cierres de la pandemia, la indigencia, o haciendo lo imposible para mantenerse a flote? Si las personas que trabajan en los supermercados, personal de servicios de alimentos, trabajadores de viviendas de asistencia, personal de limpieza, y otras trabajadores durante la pandemia para que los demás pudiéramos cumplir con nuestras necesidades básicas, nos mantuviéramos a salvo, no deberían esas personas tener acceso a lo necesario para una vida digna? ¿No debería de ser buenos sus salarios?

La enseñanza católica nos dice que sí. Somos una fe que fuertemente cree en la dignidad del trabajo. Cualquier trabajo, desde nuestra perspectiva, debería de dar la oportunidad para que el trabajador alcance su total potencial. Bien en su potencial como un trabajador de primera línea en un establecimiento de comida rápida o como un cuidador profesional de ancianos, o un eficiente y efectivo oficial, limpiados de casas u hoteles, o un recepcionista, persona de negocios o doctor. No es el título que se requiere para que el salario recibido sea el de un trabajo digno, es el trabajo mismo.

A lo largo de las décadas, nuestros Papas han retirado esta enseñanza. Desde el Papa Leo XIII en 1891 hasta el Papa Francisco en nuestros días, nuestra Iglesia nos ha enseñado que la economía no existe por la persona, sino al revés, los empleadores y empleados se deben ciertas obligaciones entre si.

Tristemente las condenas humanas y divinas no han cambiado la explotación de los trabajadores, bien sea los trabajadores indocumentados en los Estados Unidos, a las víctimas del trágico laboral en el mundo, o las condiciones de trabajo inseguras o las cuotas incrementadas en las practicas comerciales. La enseñanza católica visualiza un mejor lugar para los trabajadores y sus empleadores.

Un lugar de mutuo respeto y confianza. Un lugar en donde los trabajadores sepan que su trabajo es valorado tanto económicamente como moralmente en donde los empleados sepan que sus empleadores están igualmente comprometidos en el éxito de la empresa. Visualizamos un lugar de trabajo en donde la persona en la esquina de la oficina, o aquellos que la limpian sean tratados con dignidad y tengan las oportunidades de crecimiento para ser reconocidos por sus talentos.

Este no es un sueño utópico, es como una economía justa y robusta debería de trabajar, si comenzamos desde la idea católica de que el enfoque en nuestra economía debería de ser un desarrollo HUMANO. El crecimiento económico es bueno, pero no si este llega a la expensa de sus trabajadores.

Conforme recordamos a los trabajadores en el Dia del Trabajo y celebramos el Año de San José, que Dios nos permita ver a Cristo en los trabajadores, tramándolos con la dignidad y respeto que se merecen, y que veamos el trabajo a través de los ojos de la fe, reconociendo en este nuestra parte en la actividad creadora de Dios.

Jean Hill es la directora de la Oficina diocesana de Vida, Justicia y Paz. Para contactarla envíe un correo electrónico a  jean.hill@dioslc.org.

Traduccion: Laura Vallejo

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