Reflexiones de mi retiro anual, obispo Wester

Friday, Jan. 30, 2015
Reflexiones de mi retiro anual, obispo Wester + Enlarge
By The Most Rev. John C. Wester
Bishop of Salt Lake City

Traducido por: Laura Vallejo
A principios del año acudí a mi retiro anual con los obispos de la Región XIII. Cada año pasamos una semana en el Centro de Renovación Renewal en Tucson Arizona. Es un tiempo de renovación y reflexión espiritual. 
Además de las presentaciones, tenemos varias oportunidades de convivir y estrechar los lazos que nos unen como obispos. También disfruto pasar una tarde caminando por un riachuelo que en esta época el año se encuentra seco, dándome así una oportunidad más de pasar un tiempo en silencio con el Señor.
Este año el presentador del retiro fue el Abad  Jerome Kodell, OSB, del convento Subiaco en Arkansas. Durante una de sus pláticas habló de las tres grandes verdades de la Cristiandad. Toda mi vida he escuchado esas verdades – están impregnadas en las Escrituras y también son la base de varias enseñanzas Católicas – pero cuando el Abad Kodell las repasó fue como si fuera algo que hubiese escuchado por primera vez.
Desde entonces, he regresado a ellas en mi oración diaria. Creo que esta es una de las formas misteriosas en que Dios, en su divinidad, nos permite meternos de lleno en el interior de esas verdades. Podemos creer que ya las sabemos, pero entonces nos abre el corazón y estas nos llegan de otra manera con su belleza, para que nuevos pensamientos espirituales e ideas echen raíces en nosotros.
La primera de estas tres verdades básicas, que  se nos revela a través de Dios mismo, es que El siempre está con nosotros. Él nos ha dicho que esto no es sin términos. Lo vemos a través del Antiguo Testamento, conforme Dios acompaña  a los israelitas a lo largo del desierto hacia la Tierra Prometida. En Isaías, Él nos brinda la maravillosa promesa: “¿Pero, ¿Puede una mujer olvidarse del hijo que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas?. Pues bien, aunque alguna lo olvidase, yo nunca me olvidaría de ti”. (Isaias 49:15). En el Nuevo Testamento al fin de los Evangelios Jesús promete que El estará con nosotros a hasta el fin del tiempo. De hecho, él se convirtió en hombre para revelar el amor que Dios nos tiene y un tema constante en su ministerio es que El permanece siempre con nosotros.
Esta es una tremenda verdad en un día cuando tantas personas se sienten abandonadas, olvidadas y dejadas a un lado por su familia, amigos y por la sociedad. Su desesperanza está más allá de la promesa de Dios! Rezo para que todos, en especial los jóvenes – particularmente los que han tenido o tienen pensamientos suicidas – se den cuenta de que Dios está con ellos y nunca los dejará solos. Con Dios todo es posible, y ningún problema es insuperable.
También se nos ha enseñado que Dios es un Dios de amor. Él está más allá de ser un Dios que demanda que sus creaciones le teman, que no puede esperar abalanzarse sobre nosotros y castigarnos. En su lugar el nuestro es un Dios de amor profundo, misericordia y compasión. Él nos ama tanto que nos envió a su hijo Jesús, quien dio su vida pro nosotros. Este acto de salvación refleja no solo el amor que Dios nos tiene sino también el amor que Cristo nos tiene.
Nuestro Dios es un Dios de amor infinito, y aun así muchas personas se sienten que nadie las quiere, que no son buenas para nada, que es imposible poder tener amigos. ¡Esto no es cierto! Dios nos ama a todos y cada uno de sus hijos incondicionalmente, completamente y sin excepción. Esa es la increíble verdad. 
Es tan hermosa, tan maravillosa, tan cautivadora que lleva una vida entera para realmente entender esta verdad. Nosotros, con nuestras mentes humanas, queremos poner límites y condiciones al amor de Dios. Creemos que por supuesto El ama a los Santos- o a cualquier otra persona, más que a nosotros.
¡Nada podría estar más alejado de la verdad! Dios ama a todos y cada uno de sus hijos sin excepción. No hay un solo ser humano que viva o que haya vivido o que vivirá a quien Dios no sama completamente, apasiona-damente y sin condiciones.
 La tercera gran verdad, que quizá sea la más difícil de aceptar, es que vale la pone confiar y creer en lo que Dios quiere de nosotros. Debemos creer que Él siempre está con nosotros, que el nunca nos va a fallar y siempre está presente. Debemos poner toda nuestra fe en el amor de Dios. Debemos confiar en esto ya que su presencia y su amor al final como Juliana de Norwich dijo “Todo irá bien, y todo irá bien, y toda clase de cosas irán bien”.
Este es un tremendo salto de fe: confiar en Dios en esta vida y creer con todo nuestro corazón que hay más allá de esta vida- que el amor y la presencia de Dios estará con nosotros para toda la eternidad.
Tal vez una de las razones por las que Dios nos da la gracia de que en ocasiones escuchemos estas verdades una y otra vez como si fuera la primera vez es porque debemos de afirmarlas cada día. Ya sea que estemos regocijándonos o inclinados a rendirnos en la desespe-ración, debemos confiar que Dios está trabajando en nosotros encaminándonos hacia una vida mejor vivida.
Nuestro Dios es un Dios amoroso y providencial. Como John-Pierre de Caussade, el gran Jesuita escritor espiritual escribió “El alma que ve la voluntad de Dios en todas las cosas, hasta en las más pequeñas, lamentables y mortales, las vive y recibe todas con un gozo, con una alegría y con un respeto siempre igual. Y abre todas sus puertas para recibir con honor las mismas cosas que otros temen y procuran evitar”. Estoy consciente de que ustedes como yo, han escuchado estas verdades un sinnúmero de veces. Oro para que al compartirlas con ustedes, estas acojan su corazón y capturen su imaginación una vez más como si fuera la primera vez. Como T. S. Elliot escribió “No dejaremos de explorar y al final de nuestra búsqueda llegaremos a donde empezamos y conoceremos por primera vez el lugar”. Nuestro punto de partida es el amor de Dios. Sigamos regresando a él y buscando una y otra vez conociéndolo como si fuera la primera vez.

For questions, comments or to report inaccuracies on the website, please CLICK HERE.
© Copyright 2024 The Diocese of Salt Lake City. All rights reserved.