4 Min. de Reflexión: Conversatorio 3: Ritos de Introducción Parte I

Friday, Dec. 19, 2014

La preparación que empezamos antes de la Misa continúa luego  cuando nos reunimos como una congregación de feligreses. Los Ritos Iniciales nos ayudan a descubrir una unidad  ya nuestra, pero en espera de llevarse a cabo con nuestra participación. La Procesión de Entrada, Veneración del Altar, el Saludo, el Acto Penitencial, el Señor Ten Piedad (Kyrie),  el Gloria,  y  la Colecta - nos sirven para prepararnos para la celebración. Nos  ayudan a establecer un sentido de unidad,  para que podamos escuchar la Palabra de Dios y celebrar la Liturgia de la Eucaristía con alegría.
Uno de los signos de que la unidad es nuestra postura corporal común - cuando comienza la misa todos nos ponemos de pie. Estar de  pie desde el comienzo de la Canción de Entrada hasta el momento de la colecta, significa nuestro sentido de preparación para toda la Liturgia.  Pero estar  de pie no es el único gesto simbólico que experimentamos al comienzo de la Misa. También  hay movimiento, empezando por  la procesión de entrada. La procesión, más que un propósito funcional para que el  sacerdote y los ministros ocupen sus lugares  correspondientes en el santuario, tiene un propósito simbólico, pues nos recuerda que somos el Pueblo de Dios, un pueblo peregrino, en un viaje al Reino, con la misa comienza una parte importante de ese viaje.
Debido a que este es viaje es un viaje feliz, sumamos nuestras voces a la Canción de Entrada, incluso aunque podamos protestar que no podemos cantar. El Canto de Entrada es algo más que “caminar con la música;” se abre la celebración y nos introduce en el tema de la liturgia. Nos recuerda que la liturgia es una acción común - un acto comunitario de oración, no es un acto privado - que nos llama a ir más allá de los límites de nuestro propio mundo y entrar en algo más grande.  
Un signo más de nuestra preparación para la unidad se produce cuando el sacerdote y los ministros llegan al altar. Ahora somos testigos de un signo que nos une no solamente entre nosotros, sino con  nuestro pasado - la Veneración del Altar. Al llegar a la mesa del Señor, el sacerdote y el diácono reverencian el altar con un beso respetuoso, ya que es en esta mesa donde el  pan común  y  el vino se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
De hecho, el altar representa a Cristo, que es el sacerdote, la víctima y el altar. El simbolismo de ser un pueblo de Dios, continúa mientras nos unimos al sacerdote que hace la señal de la cruz. Este gesto simbólico, que data de por lo menos el siglo II, significa la presencia del Señor y es un preludio a la oración tradicional. Romano Guardini, un sacerdote y autor escribió: “Es el más santo de todos los signos. Cuando hacemos la señal de la  cruz en  nosotros mismos, que sea con un verdadero signo de la cruz. En lugar de un pequeño gesto apretado que no da idea de su significado, hagamos una gran señal, sin prisas, de la frente al pecho, de hombro a hombro, sintiendo conscientemente cómo se incluye la totalidad de nosotros en una sola vez”.
El saludo del celebrante, “El Señor esté con vosotros”, que sigue a continuación de la señal de la cruz, no pretende ser un amistoso “buenos días.” Es más bien un deseo de que las personas reunidas experimenten  la presencia y el poder del Señor en la comunidad que han formado. Nuestra respuesta: “Y con tu espíritu”, es algo más que una simple expresión de buena voluntad; es un recordatorio de que nuestro celebrante ha recibido el Espíritu de Dios en la ordenación y, por lo  tanto, un “Siervo de Cristo” (1ª Corintios  4: 1). El saludo anuncia que el Señor está en este lugar. Indica que lo que hacemos aquí es diferente de nuestra actividad diaria. Afirma que nos hemos reunido en nombre del Cuerpo de Cristo para ofrecerle alabanzas y acción de gracias. El saludo y nuestra respuesta expresan “el misterio de la Iglesia reunida.”

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