4 Min. de Reflexión: Conversatorio 6: Liturgia del Mundo, Parte II

Friday, Jan. 16, 2015

Después de haber proclamado el Evangelio, el sacerdote o, en algunos casos, el diácono, toma la importante tarea de fragmentar, es decir, la aplicación de las Escrituras que acabamos de escuchar. La homilía es una parte integral de la liturgia y “no se puede omitir sin causa grave.” 
Es a través de la homilía que se comparten, tanto los misterios de la fe como los principios que guían la vida cristiana. Una buena homilía es fiel al misterio que se celebra y a las necesidades de los oyentes. Se debe llevar a los presentes a celebrar activamente la Eucaristía. 
Las mejores homilías son el resultado de las plegarias para meditar sobre los textos, una cuidadosa selección de ideas e imágenes, y una alegre presentación, que no sea ni demasiado larga, ni demasiado corta. Se concluye con un momento de silencio compartido en el que todos los presentes puedan reflexionar sobre lo que han escuchado. Este breve momento de silenciosa reflexión compartida, nos prepara para la sincera respuesta al profesar la Fe o Credo. Al profesar la Fe o Credo, aceptamos lo que hemos escuchado durante la Homilía y que experimentaremos en la Eucaristía. 
Esta respuesta de fe, dada por la comunidad de los creyentes se inicia con las palabras: “Creo” en latín, Credo, cuya raíz significa dar tu corazón a algo. El Credo es más que un asentimiento intelectual a los misterios de la fe expresada por concilios de la Iglesia hace muchos siglos; también es nuestra expresión más profunda de fe en el misterio del que formamos parte. El Credo puede ser cantado o recitado por el sacerdote de pie junto con los feligreses. 
En las palabras “y por el Espíritu Santo... y se hizo hombre...” hacemos una inclinación profunda; en las solemnidades de la Anunciación y la Natividad del Señor, hacemos una genuflexión. También puede utilizarse el Credo de Nicea o  el Credo de los Apóstoles.
Nuestra respuesta a la Palabra de Dios se expresa más en la Oración de los Fieles. Estas oraciones tienen sus raíces en el antiguo servicio de la sinagoga judía cuando series de bendiciones tanto individuales como para las necesidades universales, fueron expresadas. Es probable que Jesús se uniera a estas plegarias. Se convirtieron en parte de la Misa, durante la mitad del siglo segundo. Se las menciona como “Oraciones Universales” u “Oración Universal”, ya que van más allá de las necesidades de la comunidad local. 
Las oraciones de los fieles se inician con el celebrante dirigiéndose a los feligreses y relacionando las oraciones al misterio particular que se está  celebrando o algún aspecto particular de las Escrituras. El diácono (o en su ausencia otro ministro) anuncia una serie de intenciones a las que las personas responderán. Después de un breve momento de silencio, el  celebrante recapitula las intenciones y pide a Dios que Mire con buenos ojos las plegarias que se han expresado. La gente está de pie durante la presentación de las intenciones y responden al final, “Amén.”
Puesto que la Iglesia es a la vez local y universal, las intenciones suelen incluir oraciones por las necesidades de la Iglesia, por las autoridades públicas, por  la salvación del mundo, por los oprimidos,  por cualquier necesidad, y para las necesidades de la comunidad local. La presentación de las intercesiones se da tradicionalmente al  diácono que por su ministerio particular, se centra en los enfermos, los pobres y los necesitados. Los muertos también se pueden incluir en la Oración de los Fieles.

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