Convirtamos las pistolas en rejas de arado

Friday, Apr. 05, 2013
By The Most Rev. John C. Wester
Bishop of Salt Lake City

Por El Reverendísimo John C. Wester, Obispo de la Diócesis de Salt Lake City

La Iglesia Católica aboga a favor de la cultura de la vida por la paz, por la construcción del Reino de Dios en la tierra.

Para poder hacer esto, debemos convertir las pistolas en rejas de arado; promover la armonía en nuestro mundo en lugar de la violencia.

Mientras que las personas pueden tener derechos limitados para portar armas de fuego, el cómo y en dónde se realiza ese derecho es una decisión moral que se debe de realizar cuidadosamente y de acuerdo con las creencias Católicas sobre la dignidad y la santidad de la vida.

Desde los trágicos eventos en Newtown, Connecticut en el mes de diciembre, algunos comentaristas han referido al ‘Catecismo de la Iglesia Católica’ para apoyar sus argumentos a favor de las aún menos restricciones para el uso y posesión de armas.

Muchos de esos argumentos se basan en las declaraciones de la Iglesia acerca de los derechos de defensa personal. Pero la defensa personal en el catecismo Católico no se puede fácilmente traducir en el derecho a portar armas en donde y cuando a alguien se le antoje.

La Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos ha marcado una línea declarando en el 2008 que la Segunda Enmienda no crea un derecho ilimitado de portar armas.

Dentro de las enseñanzas católicas, la defensa personal significa el derecho de proteger la vida utilizando medios razonables.

El portar un arma como un hábito diario no es acerca de proteger la vida como defensa personal. De hecho, el portar un arma de fuego aumenta las posibilidades de que la persona la utilizara para amenazar o para quitar vidas en momentos de enojo.

Historias acerca de personas que se enfrentan con el interminable arrepentimiento de haber hecho uso de un arma de fuego como respuesta a una situación cargada de emociones no tiene nada que ver con la defensa personal.

Estadísticamente las probabilidades de morir por causa de la propia arma de fuego es más grande que la de llegar a ser atacado aleatoriamente, por un extraño que porta un arma.

Las armas de fuego y las amuniciones se vuelven más letales con el tiempo, el riesgo de sobre reaccionar o de que un accidente sea mortal hace que el poner armas de fuego en manos de personas sin experiencia sea aún menos razonable.

Más importante, la creación de una cultura que glorifica las armas y que anima a los individuos a llevar consigo armas de fuego todo el tiempo es contrario a las creencias Católicas acerca de la dignidad y santidad de la vida humana.

El ‘Catecismo’ nos recuerda que, "aquellos quienes renuncien a la violencia y al derramamiento de sangre y que en orden de salvaguardar los derechos humanos, hacen uso de esos métodos de defensa disponibles para los más débiles, soportan el testimonio de la caridad evangélica… Soportan el testimonio de los riesgos morales y físicos de los recursos de la violencia, con toda su destrucción y muerte".

En otras palabras, el rehusar cargar un arma de fuego no sólo es más seguro, es un acto consistente con nuestras creencias de que todos somos uno y que la vida tiene valor y significado.

La vida es un regalo de Dios. Estamos obligados a respetarla y a protegerla, pero debemos de hacerlo en formas que sean apropiadas.

La triste realidad es que en nuestro país las personas mueren de manera alarmante y consistente debido a las armas de fuego.

No podemos pretender que las armas de fuego no forman parte de esto de una o de otra manera.

Necesitamos poner atención en la pre-valencia de las armas de fuego en nuestros vecindarios y a la tendencia alarmante de ver como la proliferación de estas armas peligrosas no solo como aceptable sino como deseable.

Necesitamos servir como recordatorios para nuestros hombres y mujeres que la defensa personales acerca de la protección de la vida, no de amenazar la vida de otros.

Muchas personas en ambas partes del debate de la violencia de armas de fuego son fuertes partidarios de la vida.

Conozco a muchos y comparto los intereses de proteger a los más vulnerables. Lo que yo y la Iglesia Católica buscamos es crear un bien común para proteger la vida y lograr una legislación con sentido común para las armas de fuego.

Abandonemos las ideas que promueven la cultura de muerte y unámonos en la meta común de aprobar leyes y otras medidas que reducirán la violencia y promoverán la santidad de la vida.

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