El desierto de la Cuaresma nos lleva a Dios

Friday, Mar. 28, 2014
By The Most Rev. John C. Wester
Bishop of Salt Lake City

Necesitamos ir al desierto para cono-cer a Dios. Tal vez sea por esto que Jesús fue el desierto para comenzar su ministerio público. Él sabía que ahí no estaría distraído por los tirones ye estirones de la vida diaria. En el desierto, Jesús estaría solo, verdaderamente solo, y podría escuchar más claramente la voz de su Padre llamándolo a realizar su voluntad.

El desierto le brinda a Jesús el lugar que necesitaba para asegurarse de que iba por el camino correcto, a pesar de que este camino fuera uno de sufrimiento y peligros. Por supuesto que este camino no termino en la cruz sino en la resurrección: sin cruz no hay resu-rrección.

Es lógico que sea así que la iglesia nos llama a entrar en un desierto durante la Cuaresma, para que podamos confirmar nuestro deseo de hacer la voluntad de Dios en nuestras vidas. Este es el desierto de podemos tirar lo superfluo, lo innecesario, y luchar contra nuestra tentación de ser los centros del universo en lugar de que lo sea Dios, restableciendo así nuestro compromiso de seguir a Cristo, sin importar el costo.

Es en el desierto en que seguiremos el camino que nos llevara a los misterios Pascuales en donde celebraremos la resurrección de Cristo y su triunfo sobre el pecado y la muerte.

¿Cómo es el desierto de la Cuaresma?

Nuestro desierto Cuaresmal se forma con los tres elementos que mencione la semana pasada: ayuno, limosna y oración. Ayunando recordamos que tenemos hambre de Dios. Dando limosna recordamos que el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, tiene hambre de Dios. Orando recordamos que tenemos hambre por la vida eterna con Dios.

Estas prácticas cuaresmales nos ponen en contacto con mi pobreza existencial y mi camino por el desierto me recuerda ver a Dios, no al mundo, si es que deseo experimentar la totalidad de la vida.

 

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