Jesús, autor de la vida nueva (Lc 24, 35-48)

Saturday, May. 05, 2012
By Special to the Intermountain Catholic

Por el Pbro. Eleazar Silva,

A pesar de la enorme alegría de saber que Jesús había resucitado, sus discípulos no alcanzaban a comprender que quería decir eso de "resucitar de entre los muertos". Las experiencias humanas siempre van acompañadas de un dejo de muerte. Cada vez que concluimos un caso, terminamos de leer un libro, o nos despedimos de un amigo, morimos un poco. A veces pareciera que estas pequeñas muertes nos jalaran hacia abajo y nos impidiera ver con toda claridad la alegre esperanza de la resurrección. Estamos tan acostumbrados a morir que cuando se nos anuncia la vida eterna, no sabemos qué es eso de vivir para siempre.

Cuando Jesús Resucitado se presenta a los discípulos, trata de ofrecerles pruebas de que es un viviente, de que ha resucitado. Hemos de aclarar que la resurrección del Señor no es sólo una vuelta a la vida. La resurrección es la entrada de Jesús, hombre como nosotros, a la gloria de Dios. El predicador de Galilea, que mostró ser Dios por dentro, con sus actitudes humanas de una completa apertura a Dios y a los hermanos, ya no existe en este mundo aprisionado por el tiempo y el espacio. Ahora, con su carne y sangre existe en Dios. Es eterno como el Padre en la carne que alguna vez murió y ahora vive para siempre.

Esto es lo que probablemente nos es difícil de comprender, que un hombre ya no esté sujeto a la enfermedad, a la derrota y al dolor, y que ahora viva para siempre. La resurrección consiste en llevar cada una de las experiencias humanas al plano de Dios. Ahí donde el mal es vencido a fuerza de bien, la esperanza inunda a la derrota, el amor prevalece sobre el odio y la vida conquista a la muerte. Si la muerte de Jesús en la cruz es la pregunta de cada hombre a Dios sobre el por qué del mal, la resurrección es su respuesta. Cada cosa que el hombre vive y que sabe a muerte tiene un destino, la resurrección. Así como Jesús, lloramos para reír, sufrimos para gozar, nos dolemos para sanar, erramos para ser perdonados y morimos para resucitar. No importa que tan grande y poderosa parezca la muerte, así como la de Jesús, la vida que Dios tiene preparada para nosotros, es siempre más grande y más profunda.

Cuando los discípulos vieron a su Señor Resucitado, comenzaron a comprender y a creer. Sus sentidos no los engañaban. Era él, el que una vez muerto, ahora vive para siempre. Nosotros, sus discípulos también necesitamos aprender a creer. Quizá, en nuestra mente, esté bien presente la verdad que repite el credo: "creo en la resurrección de los muertos". Pero ¿lo está en nuestros pensamientos y sentimientos? Creer en Jesús Resucitado es creer en la vida nueva y eterna que nos trae su resurrección. Es vivir como él vivió, con la conciencia clara de que todo está en las manos de Dios y que incluso aquello que parece pérdida, será una ganancia. Es aprender a vivir en la libertad del amor y del perdón, de la fe y la esperanza.

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