Jesús, Seņor de la Vida (Mc 16,1-7)

Friday, Apr. 13, 2012
By Special to the Intermountain Catholic

Por el Pbro. Eleazar Silva

Con esta reflexión quiero iniciar una pequeña serie sobre los diversas imágenes que de Cristo resucitado nos presenta la liturgia pascual. El evento de la pasión y resurrección de Cristo constituye la piedra angular de nuestra fe católica. Jesús muerto y resucitado por nosotros es nuestra razón para celebrar, creer y esperar. Los invito a que juntos descubramos los diversos rostros del Cristo de la Pascua.

Era de madrugada, todavía la tierra cubierta de tinieblas, cuando las santas mujeres que acompañaron a Jesús llegaban a la tumba para ungir su cuerpo. Lo habían sepultado a prisa. Tenía que estar en la tumba antes de las cinco de la tarde, y había muerto a las tres. Ese viernes antecedía a la Pascua, y el cuerpo no debía quedar en la cruz. No hubo tiempo de embalsamarlo ni amortajarlo correctamente.

Había muerto en medio de una tragedia. Luego de haber sido recibido como rey, fue ejecutado como ladrón. Era tenido por un profeta poderoso en palabras y obras, pero terminó como un criminal, en el patíbulo de la cruz. Olvidado, des-preciado, traicionado y humillado. Atrás quedaron los días de las grandes multitudes. Los días aquellos de las Bodas de Canaán, la pesca milagrosa y la multiplicación de los panes se esfumaron ante el horror de la cruz. Desde el punto de vista humano, aquella muerte fue un tragedia rotunda. No quedó nada.

Pero el primer día de la semana, el sol salió para anunciar al mundo que el punto final de esta historia no lo escribía la tragedia, lo escribía Dios. Las santas mujeres, que vieron padecer y morir a Jesús, estaban aún en las tinieblas. Se preguntaban cómo habrían de remover la pesada roca que cubría la tumba. Bien podría ser esa roca la figura del estado en el que se encontraba la humanidad, aprisionada en el mundo de los muertos por la roca del mal, el odio y la división. Es muy de notar cómo estos dos elementos dominan la escena. Es de noche y hay una enorme roca que separan al mundo de Jesús.

Ellas iban de camino. También esto es imagen del estado del mundo. Por medio de los patriarcas, los jueces y los profetas, Dios había acompañado a la humanidad en un caminar que iba desde el jardín de Edén. donde la humanidad perdió su amistad con Dios, hasta el jardín de la resurrección, donde todo vuelve a comenzar. Ellas caminan a oscuras hacia el encuentro con lo que no pueden siquiera imaginar. La humanidad, aunque guiada por Dios, también caminaba sin saber a dónde iba. Las mujeres impresionadas por la muerte de Jesús despliegan su dolor y su pérdida al llevar los ungüentos para embalsamar el cuerpo. Es de noche, yace en una tumba, está muerto, ya no hay esperanza.

Pero al arribar a la sepultura, como lo hicieron los ángeles de la Navidad, un mensajero ataviado con una túnica blanca, irrumpe en su dolor y les anuncia el gozo: "No está aquí, ha resucitado". Lo que parecía que la muerte destruía, lo ha resucitado Cristo. La última frontera ha sido cruzada. Nuestra acérrimo enemigo ha sido vencido. La muerte no pudo con Jesús, él es ahora el Señor. Su reino ha llegado al otro lado de nuestros temores y ha traspasado el límite de nuestras derrotas. Ya no queda nada ni nadie a quien temer, todo lo domina él, Jesús el Señor.

El mensajero les pide que vayan y avisen a los discípulos que Jesús irá delante de ellos a Galilea. Se tienen que convencer. Él está vivo y camina con nosotros. Él es el Señor de la Vida, ya no hay que temer. Ahora vivimos en la era de Cristo. Nuestra esperanza tiene nombre y destino. El triunfo de Jesús es nuestra victoria.

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