Mensaje de Pascua del Obispo

Friday, Apr. 06, 2012
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By The Most Rev. John C. Wester
Bishop of Salt Lake City

!Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!

A todas las personas de la Diócesis de Salt Lake City les deseo la grandeza de la Paz de Cristo en Cuaresma, orando para que nuestro Señor resucitado interiorice en cada uno de nosotros esa alegría que pertenece a todos aquellos que a través del bautismo murieron con Cristo y son uno mismo en El en su resurrección. De manera especial doy la bienvenida con gran alegría a nuestros elegidos y a nuestros candidatos a que comulguen con nosotros mientras celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Después de 40 días de ayuno, limosna y oración entramos a 50 días de júbilo y de celebración, agradeciendo a Dios nuestro Padre por acercarnos más a él a través de su Hijo, Jesucristo, en el Espíritu Santo. Sin duda somos verdaderamente el pueblo de Dios y ‘Aleluya’ es nuestra canción.

Una de los más asombrosos rasgos de las representaciones de la resurrección de Cristo es que sus heridas son claramente visibles. De hecho, El Cristo resucitado invita a las personas a "Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo", (Lucas 24:39). En cierta forma pareciera extraño que el cuerpo glorificado de Cristo mantuviera esas marcas de la cruel pasión y muerte. Nos gustaría creer que todo el dolor y sufrimiento eran cosas del pasado y pretender que nunca sucedió. Pero en el misterio Pascual el sufrimiento de la muerte y resurrección de Cristo, no puede ser compartimentado. Es un solo misterio, un evento de vida del inexplicable dolor de la pasión de Cristo, y al mismo tiempo, las semillas de una nueva vida. Esto es la grandeza del ministerio de nuestra fe: Jesucristo, nuestro Salvador está constantemente transformando la noche en día, la obscuridad en luz, el pecado en gracia y la muerte en vida. Todos los aspectos de nuestras vidas, todo lo que somos, está envuelto en el amor sin fronteras de Cristo y cada vez abraza la promesa de un nuevo comienzo. Nuestra fe no es una fe que dice "No se preocupen, nada malo les ocurrirá", Nuestra fe nos dice "No se preocupen, cosas males les pueden llegar a suceder, pero no hay nada que temer".

Es solo a través de la fe que podemos ver una tumba vacía como un signo de que Cristo a resucitado de la muerte. Es solo a través de nuestra fe que podemos mantenernos con esperanza a pesar de nuestro dolor y sufrimiento. La fe nos enseña que Cristo siempre está con nosotros, particularmente en los momentos más obscuros. En las narraciones de Marcos acerca de la Pasión, es el centurión quien finalmente proclama lo que habíamos deseado escuchar en los primeros 14 capítulos del Evangelio de Marcos "Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios" (marcos 15:39)

El centurión llega a creer en medio de la obscuridad "Cuando vino la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena" (Marcos 15:33) Paradójicamente es en la tiniebla que Dios sana (vea Reyes 1 8:12 y Crónicas 2 6:1). La misma verdad es para nosotros. En nuestros momentos más obscuros, Cristo con nosotros nos guía a una nueva vida. Solo a través de los ojos de la fe podemos ver el camino que nos saca del sufrimiento. Solo entonces podemos creer que Cristo ha resucitado y que nos volverá a salvar una vez más. Puede que en el momento no lo entendamos, pero creemos que Cristo no nos abandona.

Nuestra Iglesia local conoce el dolor y el sufrimiento y la muerte. Muy a menudo padres de familia reciben la noticia de que su hijo fue muerto en Afganistán o durante un trágico accidente aquí mismo en casa. Los feligreses se preocupan acerca de llegar a perder sus empleos o sus casas. Muchas veces en las oraciones recordamos amigos que están lideando con enfermedades que amenazan sus vidas. Miles en nuestra Diócesis sufren de enfermedades mentales, rechazos, soledad, adicciones y miedo a lo desconocido. Vemos como muchos de nuestros inmigrantes viven en las sombras, con miedo de ir a casa y con miedo de quedarse en lo que a ellos les gustaría poder llamar hogar. Aun así en medio de todo este sufrimiento, la luz de Cristo perfora la obscuridad y nos promete la vida nueva, nueva esperanza, nuevos comienzos. Esto no es una especia de parte en la teo-logía, tampoco es una forma inocente y "Polyanna" de ver la vida. Es la convicción firme, fe de nacimiento, que nuestro Salvador vive y que abrazados a un interminable amor todos estaremos y todos estaremos bien.

Más aún, es esta fe la que nos permite llevar esperanza al mundo. Estamos llamados a dar testimonio de la resurrección de Cristo y recordarles a las personas que Cristo resucitado sigue llevando vida a su Iglesia a través del trabajo del Espíritu Santo. En otras palabras, la muerte no es la última palabra. Creemos que los juicios que vivimos a diario y las dificultades están incluidos en el gran drama de lo divino. La providencia está siempre guiándonos a la tumba vacía y a una nueva vida.

Durante estos días festivos de la pascua, pido para que todos podamos ser fuentes de vida para los otros, con heridas y todo, conforme seguimos a Cristo, reconociéndolo al compartir el pan. Vale la pena repetir: la muerte no tiene la última palabra – Jesucristo la tiene! De hecho el es la Palabra pronunciada por Dios Padre a través del Espíritu Santo, llamándonos a salir de la obscuridad a su propia y maravillosa luz.

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